Con el paso de la fotografía analógica a la digital muchas cosas cambiaron y tuvieron que adaptarse (entre ellas los fotógrafos), otras simplemente eran distintas debido a la naturaleza del sistema de captación de la luz y en esta última categoría nos encontramos el grano y el ruido.
Estas dos características de una imagen tienen casi el mismo número de detractores que de seguidores y es que hay quien opina que una fotografía perfecta es aquella que tiene una pureza incuestionable en la representación de las texturas y colores, otros en cambio, opinan que las fotografías tienen que tener cierta imperfección y cierto encanto que las haga únicas.
La película fotográfica tal y como la conocemos es una emulsión de haluro de plata (para el blanco y negro) y de haluro de plata + diferentes colorantes fotoreactivos, suspendidos en una película plástica. Esta emulsión de sales de plata puede tener distintos tamaños para los granos que la componen y cuanto más grandes sean estos, tanto más reactiva a la luz será esa película, es decir, con menos luz podremos obtener la exposición necesaria.
Este ‘grano’ le confiere necesariamente cierto grado de imperfección a la imagen puesto que no todos reaccionan por igual con la misma intensidad de luz y con la ampliación suficiente podemos no solo llegar a ver esta diferencia, sino además la separación entre cada uno de estos granos y los espacios vacíos que quedan en medio. Este handicap de la película fotográfica es el que tiene el mismo número de defensores que de detractores, puesto que el grano da textura a la imagen y en muchos casos puede darle cierta calidez o caracter artístico a la imágen al igual que puede estropear una imagen que requería cierto grado de homogeneidad o de pureza.
En el cambio a digital este pequeño fallo de la película fotográfica desapareció pero a cambio nos llegó otro aún más complicado aunque al mismo tiempo más fácil de solucionar: el ruido. Al estar compuestas de componentes electrónicos, es inherente a nuestras cámaras cierto grado de “ruido eléctrico” que se suma al producido por los sensores al ser bombardeados por los fotones en el momento de la exposición.
Dentro de los límites normales de funcionamiento de una cámara, este ruido está más o menos controlado y se elimina o es dificilmente perceptible, pero cuando deseamos volver nuestro sensor más sensible (mediante el aumento de la ISO equivalente) para poder realizar una exposición con menos luz, el sensor no se cambia por otro fabricado con mayor sensibilidad. En realidad nuestras cámaras nos engañan y simplemente amplifican el valor eléctrico de cada pixel registrado por el sensor con lo que este pequeño ruido que siempre está presente, se ve amplificado y aumentado en proporción. Esto es lo que produce el temido efecto del ruido.
En la actualidad y mediante procesamiento matemático se puede eliminar gran parte de este ruido en el postprocesado y así reducir sus efectos, pero también es cierto que hay fotógrafos que lo buscan intencionadamente con la finalidad de dar esa textura que obtendríamos con la película fotográfica tradicional, y por contradictorio que parezca, nuestras herramientas fotográficas (e incluso algunas cámaras de gama alta) nos permiten añadirlo a voluntad.
Por falta o por exceso, el caso es que la imperfección que aportan el grano y el ruido, cada uno en su medio, no deja a nadie indiferente y siempre nos permitirán tener un campo más en el que experimentar con nuestras fotografías. ¡Estáis tardando en salir a probarlo!
Foto: mugley
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